Han pasado unos días y aún cuesta. El día 17 de diciembre había enviado un mensaje de despedida a todos los compañeros de la Fraternidad Internacional del Camino de Santiago: “Gracias a todos por vuestra amistad con este viejo peregrino, es el final, que el Señor me acoja en su seno”. Siguió otra a mi móvil: “qué sea corto, un abrazo”.
“Kike”, “Enrique”, Enrique Fontenla Ínsua. Su cercanía a Elías Valiña fue absoluta, la primera comunión de sus hijos fue en O Cebreiro. Completamente prendado de la vieja aldea (cuando casi nadie se acordaba de ella), Enrique se compró por allí un terreno. “Para ir de caza”, decía (ninguno vimos jamás a Enrique con escopeta alguna) Lo que hacía Enrique era charlar, charlas infinitas con Elías y familia, era uno más. Apoyado siempre en Carmiña (toda la dulzura de Galicia en sus ojos, toda la alegría permanente siempre para todos) Enrique sufrió lo indecible cuando Carmiña se apagó, “Dios mío, estoy solo”, a pesar de que todos intentamos arroparlo (empezando por su barrio, Monte Alto en A Coruña, donde le adoraban) aquello fue un antes y un después. Seguía con su permanente sonrisa de bondad pero ya no era lo mismo, no lo podía ser. Y a sus ochenta y seis maravillosos años se despidió y dejó su Camino en la tierra, el mismo que pateó tantas veces. “El Camino de los hombres buenos”, él contribuyó (en su humildad y siempre con su sonrisa) a hacerlo más grande
Un cáncer de laringe casi lo derriba. Y de ahí su promesa: desde 1993, y siempre en septiembre, Enrique se ponía todos los arreos de peregrino y, desde Roncesvalles, comenzaba su lenta marcha a Compostela. Su figura pronto se hizo popular y tremendamente querida en el Camino. Recuerdo, un lejano diciembre de 1999, haciendo el Camino en invierno (y espantando nubes) entrar en un bareto de Azofra en una mañana azotada por la ventisca. Aparté las cintas de la puerta que guardaba la entrada y, tras la barra, dos enormes posters: en uno Marilyn Monroe sonreía al personal desde toda su belleza. El poster vecino no era menos impresionante: con todos sus arreos de peregrino Enrique bendecía también la barra con su sonrisa y con la catedral de Santiago guardándole la espalda. No me resistí y le llamé: “Kike, ya eres como la Marilyn Monroe”. Al otro lado del teléfono resonaban las carcajadas laringectomizadas de Enrique; “dales un abrazo de mi parte”. La respuesta del dueño del bar no se hizo esperar: “a ese señor le queremos mucho aquí”. Y es que se hacía querer, hay personas que trascienden y él (conscientemente o no) trascendía. Otros le llaman “karma”. Yo prefiero llamarle “alma”, tenía alma para repartir. Como dice la canción de mi viejo amigo Maldonado, Enrique estaba “almado”.
De él siempre tuve la amistad, pero también el buen consejo en momentos en que había pocos hombros para apoyarse. Primero en la AGACS y más tarde en la FICS, Kike siempre estaba para todo y para todos: en las manifas en defensa del Camino ahí estaba él, en vanguardia, con todos sus arreos reglamentarios (“¿voy de romano?”) Sereno, alegre, jamás un mal gesto, irradiaba paz y confianza. Tenía la fortuna, que nunca ocultó, de ser fervoroso creyente. Y en esa fe murió, con una dignidad, una entereza y una confianza completa en lo que vendría después. Deja amigos desolados, ya nada es lo mismo sin él, representa una forma de ser y estar en el Camino que ya se acaba (en una de las últimas entrevistas que le hicieron reflejaba la tristeza que le producía la banalización de la peregrinación jacobea) y una elegancia espiritual, muy difícil de igualar. Nos deja a sus amigos el consuelo, la enorme fortuna, de haberlo podido conocer, de aprender de él, ha dejado (además) el listón muy alto, el listón de los hombres buenos. Sólo hay que ver como lo querían en su barrio de toda la vida, Monte Alto en A Coruña:
https://www.facebook.com/groups/603659366866153/permalink/1049726868926065/
Querido Enrique, Kike: en ese cortejo de tu Señor Santiago que Federico tan bien plasmó, ya galopas tú. Espéranos por ahí, y que cuando llegue esa hora, nos recibáis como te han recibido a ti. Y es que, como tú siempre decías, “recuerda, Señor, que somos peregrinos”. Abrazo grande.

Esta noche ha pasado Santiago
su camino de luz en el cielo.
Lo comentan los niños jugando
con el agua de un cauce sereno.
¿Dónde va el peregrino celeste
por el claro infinito sendero?
Va a la aurora que brilla en el fondo
en caballo blanco como el hielo.
¡Niños chicos, cantad en el prado
horadando con risas al viento!
Dice un hombre que ha visto a Santiago
en tropel con doscientos guerreros;
iban todos cubiertos de luces,
con guirnaldas de verdes luceros,
y el caballo que monta Santiago
era un astro de brillos intensos.
Dice el hombre que cuenta la historia
que en la noche dormida se oyeron
tremolar plateado de alas
que en sus ondas llevóse el silencio.
¿Qué sería que el río paróse?
Eran ángeles los caballeros.
¡Niños chicos, cantad en el prado.
horadando con risas al viento!
Es la noche de luna menguante.
¡Escuchad! ¿Qué se siente en el cielo,
que los grillos refuerzan sus cuerdas
y dan voces los perros vegueros?
Madre abuela, ¿cuál es el camino,
madre abuela, que yo no lo veo?
Mira bien y verás una cinta
de polvillo harinoso y espeso,
un borrón que parece de plata
o de nácar. ¿Lo ves?
Ya lo veo.
Madre abuela. ¿Dónde está Santiago?
Por allí marcha con su cortejo,
la cabeza llena de plumajes
y de perlas muy finas el cuerpo,
con la luna rendida a sus plantas,
con el sol escondido en el pecho.
Esta noche en la vega se escuchan
los relatos brumosos del cuento.
¡Niños chicos, cantad en el prado,
horadando con risas al viento!
Una vieja que vive muy pobre
en la parte más alta del pueblo,
que posee una rueca inservible,
una virgen y dos gatos negros,
mientras hace la ruda calceta
con sus secos y temblones dedos,
rodeada de buenas comadres
y de sucios chiquillos traviesos,
en la paz de la noche tranquila,
con las sierras perdidas en negro,
va contando con ritmos tardíos
la visión que ella tuvo en sus tiempos.
Ella vio en una noche lejana
como ésta, sin ruidos ni vientos,
el apóstol Santiago en persona,
peregrino en la tierra del cielo.
Y comadre, ¿cómo iba vestido?
le preguntan dos voces a un tiempo.
Con bordón de esmeraldas y perlas
y una túnica de terciopelo.
Cuando hubo pasado la puerta,
mis palomas sus alas tendieron,
y mi perro, que estaba dormido,
fue tras él sus pisadas lamiendo.
Era dulce el Apóstol divino,
más aún que la luna de enero.
A su paso dejó por la senda
un olor de azucena y de incienso.
Y comadre, ¿no le dijo nada?
la preguntan dos voces a un tiempo.
Al pasar me miró sonriente
y una estrella dejóme aquí dentro.
¿Dónde tienes guardada esa estrella?
la pregunta un chiquillo travieso.
¿Se ha apagado, dijéronle otros,
como cosa de un encantamiento?
No, hijos míos, la estrella relumbra,
que en el alma clavada 1a llevo.
¿Cómo son las estrellas aquí?
Hijo mío, igual que en el cielo.
Siga, siga la vieja comadre.
¿Dónde iba el glorioso viajero?
Se perdió por aquellas montañas
con mis blancas palomas y el perro.
Pero llena dejome la casa
de rosales y de jazmineros,
y las uvas verdes en la parra
maduraron, y mi troje lleno
encontré la siguiente mañana.
Todo obra del Apóstol bueno.
¡Grande suerte que tuvo, comadre!
sermonean dos voces a un tiempo.
Los chiquillos están ya dormidos
y los campos en hondo silencio.
¡Niños chicos, pensad en Santiago
por los turbios caminos del sueño!
¡Noche clara, finales de julio!
¡Ha pasado Santiago en el cielo!
La tristeza que tiene mi alma,
por el blanco camino la dejo,
para ver si la encuentran los niños
y en el agua la vayan hundiendo,
para ver si en la noche estrellada
a muy lejos la llevan los vientos.
BALADA INGENUA (Federico García Lorca)
Desde Galicia, José A. de la Riera.
Tuve la gran fortuna de conocerle.D.E.P.
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A kike y a Carmiña los conocí cuando las primeras Finterranas… Ya han pasado años, pero también hemos coincidido muchas veces en manifas y celebraciones. Uno no muere hasta que dejan de recordarlo.
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