El libro

Hay un Camino de ida. Y, para algunos, otro de vuelta pero: ¿cómo afrontarlo?, ¿alguna vez os habéis puesto a deshacer lo andado? Cambia el paisaje, las nubes vuelan al revés, la jodida codorniz que cantaba a la vera de la sirga  ya no es la misma, tampoco la anciana que te saludaba sentada al atardecer de todos los soles, las retamas, las jaras, las luces,  y también las sombras,  no son las mismas, tú tampoco eres el mismo, nada, nada es igual: ¿dónde está el camino? o, lo que puede ser más inquietante: ¿hay camino? (camino, así, ya con minúsculas, el otro es único), ¿cómo afrontarlo?, ¿cómo enfrentarlo?, ¿dónde está el camino? Hace años, muchos ya, un chaval se ajustaba la mochila en Roncesvalles, lleno de miedos, tanteando con el bordón en la niebla mientras daba los primeros pasos de la gran aventura, una maravillosa aventura que dura ya treinta años viviendo en primera persona el renacimiento del Camino y en la que le fue permitido caminar a hombros de gigantes. Ahora hay que marchar solo y también hay niebla, una brétema húmeda y profunda, pero ya no hay campanas gozosas en O Cebreiro indicando el buen Camino, solo niebla, niebla y silencio, las voces de los amigos, de los compañeros del alma, se van perdiendo en la niebla. Pero el viejo bordón sigue en la mano y aquel chaval que un día salió de Roncesvalles sabe, porque en el Camino se ha hecho “viejo”, que si cuelgas tu alma de él no te equivocas… ¡el pobre bordón de peregrino!…  sólo hay que dejar que él te guíe de vuelta por las antiguas huellas del Camino de ida, una a una, un paso, y otro paso, y otro más, todos los pasos.

En Camino de vuelta (sí, tal vez ya con mayúsculas) casi todo está permitido: los recuerdos, las algaradas, las risas, las lágrimas, el totus revolutum tal cómo fue parido… y sobre todo tal cómo fue vivido. Ni vale orden ni apetece concierto, así fue la música, así fue la gaita, así lo larga el gaiteiro, no voy a sacar de mí más, pero tampoco menos.

Seguir las antiguas huellas, volver atrás para ir hacia adelante. Tal vez ahí estén las claves, las del conocimiento y reconocimiento, las de las enseñanzas y el aprendizaje. Las viejas y queridas huellas, no puedo perder ninguna, es lo que tengo, sólo eso, pero son mis huellas. Ahí vamos.

“Dieu qu’elles sont loin, ma mie, ma belle,

  Les mille étoiles de Compostelle”

Las fotografías que ilustran el libro son de mi entrañable amigo y magnífico profesional Manuel González Vicente. Agradezco a la editorial Ringo Rango y a mi editora, Juana García, toda la ayuda y colaboración prestada para que esta obra haya sido posible. Mil gracias a todos.