¡AH DEL CAMINO ¡ !JESÚS JATO, QUE “OFICIA” EN VILLAFRANCA!

Oficio de hospitalero. Oficio y tradición de acogida, de mano tendida, de estar cuando casi nadie está, de prender lumbres acogedoras cuando en lo profundo del invierno se apagan casi todas las luces del Camino de Santiago. Jesús Arías Jato, Jato, “el Jato”,  o Jesús para sus amigos, oficia de hospitalero en Villafranca  desde tiempos ignotos, cuando aún no se había asistido a renacimiento alguno del Camino de Santiago, igual que sus padres y sus abuelos. Señoras y señores, pasen y vean, desfila por estas páginas todo un personaje, adorado por muchos peregrinos – sobre todo por los peregrinos veteranos-, controvertido para otros, para nadie indiferente: Jesús Jato, hospitalero del Camino de Santiago en su Hospital Ave Fénix de Villafranca del Bierzo y, sin duda para todos, un auténtico mito  del actual Camino de Santiago.

El “Ave Fénix” está a tope. Es medio día y, en medio de una turbamulta mochilera, Jato, indiferente a casi todo, está dándole unos pases “mágicos” a un peregrino que ha llegado con la espalda partida. Alrededor de Jesús y el sufrido jacobeo se agolpan  peregrinos expectantes. Al cabo de un par de minutos, Jesús resopla y mira a los ojos al peregrino. “¿Bien?”. El peregrino se endereza: “Joer, Jato, acojonante, no me duele, ya no me duele nada”. El hospitalero, seguido de un acólito, desaparece en la cocina con una sonrisa de triunfo, se está preparando la comida para los peregrinos. El grupo expectante se deshace boquiabierto, mientras otro de los ayudantes cumple escrupulosamente una de las órdenes de Jato, el gran druida del Ave Fénix: “¿roncadores?, ¡ sí hay algún roncador, ya lo sabe, a la habitación de roncadores!”

Jesús Jato es, entre otras muchas cosas, taumaturgo. Practica artes arcanos, epatando a muchos de  los peregrinos noveles que se acercan a su hospital, un templo de acogida levantado con sus propias manos y con las de docenas de ayudantes entregados, que pusieron en pie el hospital a partir de  los antiguos invernaderos que servían de acogida a los peregrinos, después de que un incendio provocado, al parecer, por un peregrino belga, arrasara todo hasta los cimientos en 1989. Desde entonces, piedra a piedra, pero tampoco con cualquier piedra,  Jesús ha levantado su Ave Fénix. “Mira, esta piedra es de la catedral de Colonia, aquella, si, aquella, la angular, es del monasterio de Obona”.

Taumaturgo, sí, pero también Premio Elías Valiña a la recuperación del Camino de Santiago. Discutido por la peculiaridad espartana de su albergue, sí – “al que no le gusta ahí tiene el Parador”, y también por dedos acusadores que le imputan el haber implantado lo de los coches portamochilas, y por otros más que le acusan literalmente de “hacerse rico” con el Camino de Santiago. Pero el tomador de estas notas ha sido testigo, durante las innumerables veces que ha visitado, peregrino o no, el Ave Fénix, de la generosidad de Jesús, de su mano rota, de su mesa siempre dispuesta para tantos y tantos que han llegado allí con hambre, rotos en su Camino y sin dinero. ¿Jesús Jato un hombre rico? Cualquiera que lo conozca, y que se haya asomado a su particular idiosincrasia, descubre enseguida que este hombre sólo es rico en amigos.

La comida, frugal pero abundante,  es comunal en el Ave Fénix. Otra de las normas de la casa es que nadie sirve a nadie, así que el trasiego de fuentes de un lado a otro de las mesas es continuo. Jesús y su amigo, el tomador de notas, se acercan al brocal del pozo que hay en el patio: “Mira, poco antes de la visita del Papa aquí durmió, en el suelo,  un príncipe de la Iglesia, el cardenal Suquía que iba a Compostela con un montón de chavales. Llevaba un chándal azul y no se quejó de nada, ¡de nada!, ¿eh? Y Jesús se sume en un largo soliloquio sobre lo que ha cambiado el Camino, echa pestes de los albergues “turísticos”: “No tienen alma, lo único que se nos puede pedir es alma, así matan el Camino. Mira, la próxima vez que me vengan con exigencias les voy a acercar aquí, a este pozo donde durmió con humildad todo un Príncipe de la Iglesia”. Convenimos ambos en que era necesario que Jesús pusiera un letrero bien grande detallando el sueño del cardenal.

Divagamos en torno a lo que soñaría Suquía, tendido  en el duro suelo y abrazado al brocal de un pozo en ese extraño Camino hacia el fin de la tierra, mientras los peregrinos dormían la siesta de los justos en la paz cesárea de Villafranca. Jato entra enseguida en soliloquio, con él siempre sobran las preguntas: “Mis padres, mis abuelos, mi mujer y mis hijas, yo mismo, siempre hemos entendido la hospitalidad como un servicio, algo nos dice que nos han puesto aquí para eso, un día, y otro día, todos los días. Yo vine desde Roma en bici cuando se me estropeó el camión allá -Jato fue, entre otras cosas, camionero – y vi que no éramos los únicos, el abad de Leyre me acogió y me permitió dormir en la cripta románica, nunca se lo agradeceré bastante”

Hablamos también de “las manifas”, de la cantidad de veces que Jato nos echó una mano en las protestas de 1992 contra las obras del Monte del Gozo, del manifiesto que dejamos a firmar en su albergue, de cuando apareció con Runa, su perra mastina, en la gran manifa de peregrinos contra el Polígono Industrial de O Pino (Runa se colocó bajo la pancarta y fue la primera que entró en el Obradoiro) Cómo no vamos a querer a este hombre…

Jato, siempre sorprendente, se extiende en disquisiciones sobre curas y frailes, de eso sabe bastante: “¿sabes?, fui fraile capuchino en Salamanca”. Los ojos de Jesús estallan de risa ante mi sorpresa, palmotea, rompe  en carcajadas y continúa: ¡Ah, los curas! Uno me dijo en el Congreso de Jaca de 1987 que era un lujo lo que yo hacía, dar agua caliente a los peregrinos. El muy… no sabía que yo por entonces ya disponía de agua caliente ecológica, con una energía solar de andar por casa. Así que le dije: ¡a cambio los peregrinos me abonan la viña!  De vez en cuando a Jesús Jato hay que pararle: “Oye Jesús, y aquello de los franceses… se corrió por todo el Camino”.  Se para un segundo pero enseguida se dispara: ¿Los franceses?  Ah!, ya, es que resulta que venían y me decían: ¿me calienta agua para el té? Y yo venga a calentar agua para el té. Así que me encabroné y puse el famoso cartel, en español y francés”

El famoso cartel, genio y figura, ponía en letras enormes: “messies et madames: té, 20 pesetas, calentar agua para el té: 100 pesetas, megsi vocú” La carcajada descendió desde Roncesvalles y no paró hasta estrellarse en los farallones del Finisterre. Peor aún fue cuando le trataron de embargar por mor de ciertos escombros procedentes de la obra del Ave Fénix. En la prensa de León no tardó en aparecer un celebrado anuncio: “Subasto tres gallinas y un coche viejo para pagar el embargo que me han puesto los señores del ayuntamiento. Razón, Jesús Jato”

Atardece ya en Villafranca y Jesús y toda la tribu de hospitaleros que le ayudan – docenas y docenas de peregrinos han ayudado siempre a la familia Jato como hospitalero, jamás les dejaron solos- se preparan ya para la cena. Luego, si todo va como debe de ir, Jesús ofrecerá otra de las ceremonias que le han dado fama: la queimada comunitaria en la que Jato, sumo sacerdote y protagonista absoluto, ofrecerá en el fuego sagrado el resto del líquido sobrante de queimadas anteriores. De esa manera se perpetúa el espíritu de los miles y miles de peregrinos que han pasado por su casa. Y el tomador de notas los deja allí, peregrinos y hospitalero, felices bajo las estrellas que cubren uno de los últimos hospitales del Camino de Santiago, mientras el fuego de la queimada ilumina a los peregrinos que han querido detenerse junto a uno de los últimos hospitaleros del Camino de Santiago. Jesús Jato, qué el Apóstol te bendiga.

From Jakobsland, José Antonio de la Riera

Foto Manolo Vicente: Jesús Jato en 1989

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