Un año de «Camino de vuelta»

Un añito, válgame diosss y ya pronto la tercera edición. Qué gran día aquel seis de septiembre, con mi agradecimiento a Pepe Formoso, Ángel, Celia, toda la tribu del Bela Muxía, mi viejo cuate Antón Pombo que tuvo la bondad de alumbrar el prólogo, el gran Manolo Vicente, eterno compañero de mil caminos que me regaló sus fotos, la multitud de amigos que me acompañaron…  y a mis lectores (“mis jefes”),  a todos mil gracias, seguimos en “Camino de vuelta” pero para nada «de vuelta», continua el aprendizaje cotidiano mientras quede aliento. Vinieron luego otras presentaciones multitudinarias (gracias Vigo), pero Muxía es como el primer amor, siempre te marca. Os dejo con uno de los héroes que navegan por las páginas de “Camino de vuelta”, mi pobre (y enorme) Mohamed. Él y sus alfombras arco iris marcan un Camino hacia el futuro, más generoso, más humano. Ultreia.

………

MOHAMED

Nota: Peregrino, en el Camino sigue habiendo héroes. Tal vez ya no vivaquea en él ningún Roldán, Mío Cid o Carlomagno. Pero hay otro tipo de héroes que merodean por las encrucijadas en los albores del siglo XXI. Te presento a uno de ellos, Mohamed. Tal vez lo encuentres en tu Camino.

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La chica espabila vasos entre las mesas mientras su jefe, cejijunto, sombrío, paseando un palillo entre los dientes, hociquea en «La Voz de Galicia» tras la barra. Sobre un caos de botellas, en la pared a sus espaldas, un «poster» rancio del «Pelegrín», el horrible muñecote preconciliar, mascota ñoña, cursi y hortera de anteriores aquelarres “xacobeos”. En una mesa cuatro peregrinos: maillots fosforitos, culottes, tubulares, perfiles, vocerío y linimento. La televisión, a tope, vomita basura urbi et orbi. En una esquina de la barra, aburridos, dos policías espesos y municipales. En otra mesa, el viajero intenta ordenar notas desfondado por el calor y el largo viaje de retorno. Entran dos paisanos que piden unas tazas de vino ácido y afrutado al patrón, que abandona con desgana el periódico.

Y, tras ellos, bajo una montaña de alfombras, entra Mohamed.

– Barato, barato. ¿Quieres?

Indiferencia general, calor, moscas, alaridos en la televisión.

– Paisa, agua. ¿Favor poco de agua?

El tabernero, rey de las moscas, de la televisión, de la chica que espabila vasos, imparte justicia:

– ¡Vaite a puta calle, moro de merda! ¡Fora de eiquí!

Y, dirigiéndose a unos policías que asienten en silencio:

– ¡Calquer día creeránse os putos amos!

Mohamed, abrumado por sus alfombras y por la décima humillación del día, se vuelve con docilidad para ganar la puerta. El viajero que toma notas desfondado por el calor se acerca a la barra:

– ¿La tortilla tiene cebolla? ¿No? Pues póngale un bocadillo a ese señor y otro a mí. Ah, y tráiganos una botella grande de agua mineral.

Hostilidad y silencio hasta en la televisión, mientras Mohamed y el tomador de notas se sientan a la mesa, rodeados por un arco iris de alfombras. El tomador de notas anda medianamente encendido pero la vida le ha enseñado a domar el perro carácter. Si se dejara llevar por lo que le pide su cuerpo y también toda su alma reventaría la televisión, la crisma de la bestia cejijunta y el «Pelegrín» cagado de moscas incrustado en la pared. Pero la vida le ha ido enseñando a bautizar el vino espeso con agua clara, a saber aceptar el color gris y entender que, difícilmente, sale ya ningún sol por Antequera.

Mohamed es muy joven y cuenta su historia en tercera persona, que es la historia de mucha gente de su país, el Rif, algo que siempre comienza una noche de espuma, luna llena, miedo, peste a gasóleo, vómitos, esperanza, más, mucho más miedo, y costas que se dibujan en un amanecer helado, un amanecer de hierro, de vida o muerte. Allá, en una aldea lejana, polvo y barro, han quedado su madre y cuatro hermanas pequeñas que dependen absolutamente de él, de lo que Mohamed les envía vendiendo a los romís alfombras arco iris. Su charla navega por la soledad de Madrid, por un piso de Arteixo donde vive con veinte de los suyos, la frugal comida colectiva que hacen todos juntos al anochecer, la furgoneta que al amanecer los reparte por los pueblos y aldeas de Galicia, ¡barato, barato ¡Y la nostalgia enorme de sus montañas avaras, de su gente, Axdir, Sidi Dris,Timerzga, Targuist!, Mohamed pertenece a la tribu de los Beniurriagel, la misma del mítico caudillo Abdelkrim, tribu orgullosa de guerreros (¡ vae victi!): Barranco del Lobo, Annual, Monte Arruit, Alhucemas… ahora reducidos a la nada y la miseria. Mohamed no pierde el tiempo, no lo tiene, en calibrar un mundo que le ha lanzado, a él y a los suyos, por los desfiladeros más angostos de la historia, a la intemperie y rodeados de chacales. Tampoco lo ha perdido en observar como el bar tiene el nombre de una ciudad europea, con toda la seguridad la misma donde en su momento emigró el energúmeno que anda rezongando denuestos tras las barra. ¿Para qué perder un tiempo que hay que ganar?

El tomador de notas y Mohamed salen a la calle y se despiden, mientras un sol absurdo y brutal galopa hacia los confines de occidente. Mohamed se aleja, ¡barato, paisa, barato!, bajo la torre de alfombras arco iris. En tanto, pasan los peregrinos, pasa el propio tomador de notas. Y el calor abruma amigos, mientras el mundo también pasa, inmisericorde, con sus pisadas de hierro. Y el tomador de notas también se pierde en la tarde que ya se vence, con el convencimiento de que los seres humanos se cuentan de uno en uno. Exactamente así, de uno en uno.

Coge la alfombra morito,

toma la alfombra y vuela,

al país de las palmeras

dónde no habitan las hienas.

Toma la alfombra y vuela,

a la casa donde velan,

y sonríen y te esperan,

Fátima, Hadisha, Nadia y Leila

Larga vela, leva anclas,

hay un aduar escondido,

dónde no aúllan chacales

y todas las lunas son llenas.

Rielando en plata morito,

las montañas, las arenas,

los ojos llenos de vida,

de Fátima, Hadisha, Nadia y Leila

By José A. de la Riera in Camino de Vuelta. Edit, Ringo Rango, Madrid 2019

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