¿UNA PEREGRINACIÓN DESGRACIADA?: SALUDEN AL SEÑOR LEO DE ROSZMITHAL

Petipescencio Mirosio dudó un instante antes de introducir la cabeza por aquel agujero inverosímil. Petipescencio Mirosio decidió que ya tenía bastante con el nombrecito que sus venerables padres, allá en la Bohemia, le habían regalado, así que obedeció a su señor. Inmediatamente comenzó a patalear, a la`par que incurría en alaridos desgarradores: la cabeza se le había quedado encajada en aquel infierno granítico. Estamos en Padrón, en Santiaguiño do Monte, es el año del Señor de 1466 y Petipescencio Mirosio, el pobre criado,  está  recibiendo una punta de patadas en la posaderas por parte de los nobles que forman parte de la comitiva del Barón Leo de Rostzmithal y de Blatna, que en un aparte se mesa los cabellos. ¡ Inútiles ! Ni siquiera eran capaces de decirle que era lo que había en aquel hueco que decían que había formado el golpe del bordón del Apóstol sobre el granito. (1)

Y es que ya desde que entraron en Galicia todo había sido un desastre. La brillante comitiva del Barón, cuñado del rey de Bohemia, que había penetrado  en el viejo páis de occidente por Tui, había tenido que desviarse por el Alto de San Colmado al encontrarse los caminos embarrados a la altura del Ponte das Febres, tal y como sigue sucediendo hoy en día (2). Lucida comitiva la de Leo de Roszmitahl: nobles, pajes, escuderos, heraldos… Pero aquello era el aperitivo, solamente una muestra de lo que se les venía encima.  En las estrechas corredoiras que preceden a San Mauro, uno de los pajes de la comitiva iba practicando un juego que había visto realizar a los niños del país, atizar una piedra con un palo, cuanto más alto mejor. Lo que ocurrió es que le atizó un cantazo a un leñador, descalabrándolo. Así que a la vuelta, y en una posada cercana, estaban esperándolos el leñador y cien amigos armados hasta los dientes. Como lo vería el Barón que tuvo que dirigirse a sus “tropas” en los siguientes términos desesperados (3):

“Queridos amigos, reparada que si estos hombres determinan nuestra destrucción, cumplirá que nos defendamos con fortaleza, pues de nada nos va a servir andar a suplicar. Si llega el caso arremeteré contra ellos y vosotros seguidme e imitadme. Y de perecer en el intento nuestro nombre será glorioso para siempre por el valor que habremos demostrado en nuestro fin”

Sea por qué la arenga dejó epatados a los gañanes, o más bien por el buen sentido y la mediación de un servidor del Barón, Heroldo, que hablaba el idioma del país, el hecho fue que a regañadientes les dejaron seguir su Camino. Pero… ¿fue esta la más importante de sus tribulaciones? No, una minucia comparada con lo que les ocurrió en Santiago. El mal fario les perseguía, pero lo que se les vino encima más tarde será recordado como el colmo de las desgracias.

La víspera de la Asunción, la lucida y poco lúcida comitiva llega a Compostela. Ignoraban por completo que se estaba produciendo uno de los más sonados rifi-rafes del ya de por sí turbulento siglo XV gallego. Uno de los más poderosos nobles, Bernal Yañez de Moscoso, se había rebelado contra el arzobispo, señor natural de Santiago, y lo había hecho prisionero junto con una veintena de canónigos. Además, había puesto cerco a la catedral, donde permanecía al mando de las tropas fieles al arzobispo su madre y un hermano. Fruto de la escandalera que siguió a estos hechos, el Pontífice largó un “interdicto” a todos los que cercaban el templo y, de paso, a todos los sacerdotes de Galicia, puesto que todos apoyaban a Bernal Yáñez. También quedaban fulminantemente excomulgados  los que tuvieran el mínimo trato con los sitiadores. Así que ni se decía misa en toda la provincia, ni se bautizaban los niños ni se enterraban los muertos. Pero tanto se odiaba al arzobispo que toda la tierra apoyaba al noble que asediaba el templo.

Así las cosas y con los bohemios sin saber que hacer, en plena refriega a Bernal Yáñez le largan un saetazo en un ojo quedando malherido. Rápidamente fue curado. ¿Y quién le curó? Pues un escudero del Barón llamado Fletcher. ¿Y qué pasó después? Que entró, toda la comitiva, en fulminante excomunión. Como primera consecuencia, aunque el barón pateó esta vez personalmente las posaderas de Fletcher, los defensores de la catedral les prohibieron tajantemente el paso. Sólo después de arduas negociaciones los defensores consintieron que entrara la comitiva a adorar al Apóstol. Hubieron de hacerlo, eso sí, descalzos, humillados,  en procesión y haciendo penitencia.

Desde Santiago la comitiva siguió viaje hasta “Stellam Obscuram” (Finisterre) para regresar desde allí hacia Lisboa.

La peregrinación de Leo de Roszmithal (que salió de su país por el simple motivo de “ver mundo” tal y como acontecía con muchos jóvenes nobles europeos de su tiempo) nos demuestra que cuando el Camino impone su ley, y eso en todo tiempo, nadie está libre de padecerla, desde el más humilde peregrino hasta los personajes de alta alcurnia que lo han transitado en toda época.

(1) De la peregrinación de Leo de Roszmithal se conservan dos relatos: el de Gabriel Tetzel (que se había sumado a la comitiva en Núremberg) y el de Shaschek que se había dado por perdido hasta que se encontró una traducción latina echa por Estanislao Pauloski, impresa en 1577. En el año 1844 ambos relatos fueron rescatados y publicados por la Sociedad Literaria de Stuttgart.

(2) La indicación del desvío de Roszmithal por San Colmado la realiza la historiadora Elisa Ferreira Priegue en su tesis: “Los Caminos Medievales de Galicia”

3) Del relato de Gabriel Tetzel.

From Jakobsland, abrazos, José Antonio de la Riera.

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