GALLAECIA RUTAS MÁGICAS. LOS CAMINOS DEL ORO

Buscando “el otro Camino”

¡ Ah del Camino, amigos! Os hablo del otro Camino, el que hay que buscar, del que, a veces, hay que huir, el que muchos callan, o desconocen, o susurran.  Hay un Camino de las guías, para aguerridos tragadores de asfalto ardiendo, para campeones del Roncesvalles-Santiago en veinte días (tú te lo pierdes chaval, has pasado por encima del país de Nunca Jamás – segunda estrella a la derecha- y ni te han rozado las alas de Campanilla), para campeones del mundo de senderismo y subcampeones de perderse casi todo, hay un Camino para mercachifles de credenciales y coleccionistas de cromos (nunca acabarán el álbum), para gente a la que le daría igual dar ochocientas vueltas al parque de su ciudad sorteando cagadas de perro de adosado. Compran la guía, echan a correr y a lo mejor hasta lo pasan bien y, además, están en su derecho.  Pero os traigo aquí el otro Camino, el Camino de los que buscan, el de los que no se conforman, el Camino de los que tiran las guías –incluidas las nuestras- y el GPS y lo que haga falta. Tira la guía amigo, tira la guía, busca y, si puedes, piérdete un poco, navegar por la trilla es más seguro sí, pero… ¿dónde los sueños?, ¿dónde Peter Pan, Alicia, John Silver “el Largo”? Hay quien precisa de gurús “todo a cien”, guías “sargento tapioca”, ¡el Camino de Santiago, tío, como mola!, toda la peña en fila y bailando la conga,  Melide es un sambódromo, la Xunta de Galicia es Cluny y la enorme cuba de Sahagún ya está en el campo de concentración del Monte del Gozo.

Buen provecho.  Pero si quieres toma mi mano y te acerco al “otro Camino”. Pero ya te lo advierto. Es tal vez un Camino del poco amor y de la mucha muerte, ¿quién ha dicho que toda búsqueda deriva en satisfacción? Cuando quieras te sueltas.

El Camino Escondido, Ruina Montium

Un Grial en O Cebreiro, un Apóstol en Compostela, un Pedrón en Iria Flavia, Prisciliano y su corte de hippies del siglo IV danzando bajo la Vía Láctea, aquelarre de granito, vértigo de petroglifos, una dos y tres: el can mayor, el can menor, el Can Cerbero, un “can de palleiro” cruza la congostra, la Reina Loba… orgía de Finisterraes, por favor abran paso al pobre viejo Don Gaiferos de Mormaltán, ¡silencio!, pasa Suero de Quiñones y su cortejo de bravos, contra el amarillo de las retamas, pendiente de la lanza de un escudero, se confunde la gargantilla dorada ganada en Hospital de Órbigo…¡Oh el descenso jubiloso hacia la meta, Galicia! Galicia, tal vez el paraíso tras la dura travesía del desierto…

Así que un paraíso al final del Camino. Ya. Pero para llegar al Walhalla hay que superar valles con siete llaves, con cien cerrojos, con mil ojos avizor. Algo sabe Tomás en su remoto Manjarín. “Siente” que debe estar allí, agarrado a su campana, sombra de templarios. Valles y montañas de templarios, delirio de Bafomets, rumores de Taus, Satanás saluda desde las torres de Ponferrada, valle de taumaturgos (Oeee, Oeee, Jesús Jato), Valle del Silencio, valle olvidado, la muerte acecha en Sarracín y en Auctares, un peregrino reza en La Faba… en O Cebreiro suena el Ángelus, el ángel del señor anunció a María, manos callosas se santiguan. Mas nos vale: al sur el Teleno de los astures, al norte el Cebreiro del Parsifal, en medio… dejemos correr el rumor de los siglos, peguemos la oreja al suelo, llegan los indios y todas las pinturas son de guerra.

En carrera desatada, todos galguearon hasta la inmensa cuba del Bierzo. Los templarios levantaron la gran fortaleza de Ponferrada y, por si acaso, se asentaron en el nido de águilas de Cornatel, la angustiosa Cornatel,  la vieja Urvel despeñándose sobre el arroyo Rioferreiros,  donde las leyendas hablan de extraños ritos templarios… “tenente ulver Freyres del Templo”, reza en 1228 el Cartulario de San Pedro de Montes.  El gori-gori duró hasta que el gran maestre Jacques de Molay ardió en la pira emplazando a alaridos a Felipe IV de todas las Francias y al Papa Clemente V ante el tribunal de Dios. La fortaleza de Ponferrada está plagada de signos de reconocimiento según dos investigadores de los serios, Cobreros y Morín. El maestre Roncelin lo había dicho: “poned siempre en vuestras casas las señales del reconocimiento?  Pero… ¿qué guardaban los templarios?, ¿estaban allí “de gratis”? Pero antes, la puertas del Walhalla habían vivido un fenómeno extraordinario.

Remangándose las sayas, arrojando las armas, en jubilosa melé, buena parte de la juventud visigoda había invadido los despeñaderos de Valdueza con algazara de mantras y alarde de kiries, ¡ Oh isla de Wight, California Dream, que venga corriendo Donovan por favor!, la Peña Alba – Peñalba- se había llenado de aturuxos en gótico, hasta que un rey visigodo mandó parar y cortó los ijujus, el propio ejército se estaba quedando sin soldados, estaban todos triscando por las cuevas bercianas sumergidos en aquel desaforado flipe eremítico.

¿Qué había pasado? A comienzos del siglo VII un hombre de Dios, Fructuoso, se retiraba a Compludo y después a los montes de Valdueza donde fundaba el cenobio de San Pedro. Poco después le siguió otro hombre santo, Valerio. Los jóvenes les siguen, el valle se llena de eremitas, las cuevas son hormiguero de orates con cilicio, más tarde aparecerá Genadio, otro de los grandes varones, que se asienta en Santiago de Peñalba. Todo el valle era oración. Ahora, a tiro de ballesta del Camino, al pie de los Montes Aquilianos, el valle es más Valle del Silencio que nunca, guardando entre bosques y rumor de agua su secreto. Pocos peregrinos alcanzan Peñalba de Santiago, San Pedro de Montes, los bosques sagrados del Oza, Compludo… la inmensa mayoría pasa de largo sin saber que al pie de su Camino se desarrolló uno de los mayores arrebatos místicos de la Europa Occidental. Pero, ¿por qué en el Bierzo, qué fuerza les llamaba?

Dejémoslo por el momento, ya se escucha el batir del cuero en las losas, ya llegan las águilas, una tras otra y sin descanso: Legio I Augusta, II Agusta, IV Macedónica, V Alaude, VI Victrix, IX Hispánica, X Gémina… setenta mil hombres. Los pueblos astures (transmontanos y augustanos) llevaban, junto con los cántabros, años de resistencia en feroz lucha contra el romano. Augusto dio la orden: al coste que fuera, masacre total. Antes Tito Carissio había tomado Lancia a sangre y fuego. Los guerreros astures perecen crucificados mientras entonan salvajes cánticos de guerra. Bergidum (cerca de Pieros, al pie del Camino) es arrasado. Los supervivientes se refugian en el mítico  Mons Medulio (para muchos las mismísimas Médulas) Allí se dieron muerte, según Floro, con el fuego, con la espada y con el veneno de los tejos. ¿Massada?  Abre los ojos, tal vez la tengas cerca de tu Camino. La historia se pregunta, y nosotros también, ¿a qué tanto interés, tanta saña contra una serie de tribus salvajes, tanta lucha por un territorio de montañas estériles?, ¿qué se escondía allí?, ¿qué tesoros?, ¿a qué la impaciencia del propio Augusto, las patadas en el trasero a sus generales, su salir echando espuma por la boca de la propia Roma y lanzarse, en persona, a la batalla contra aquellos palurdos?

La respuesta no está en el viento, es muy simple, es la base del movimiento del mundo en toda época, está en la raíz del poder, de la fuerza, de la codicia, hay que escribirlo con mayúsculas. Se llama ORO

Y es que cerca, muy cerca, de vuestro Camino (pocos peregrinos se acercan allí), se levanta uno de los paisajes más sobrecogedores y extraños de la tierra, uno de los mayores cataclismos ecológicos que ha conocido el mundo occidental, las antiguas minas de oro romanas de Las Médulas, la acongojante y hermosamente siniestra Ruina Montium, hoy en día declaradas (y domesticadas) por la UNESCO como Patrimonio Mundial. Fueron testigos de una de las mayores explotaciones del hombre por el hombre. Por miles y miles, lo que quedaba de las tribus astures, reducidos todos a la esclavitud, quemaron sus vidas en las oscuras galerías extrayendo el metal de los dioses. Y no solamente en Las Médulas. También muy cerca del Camino, la evocadora Laguna Cernea y la gran mina “La Fucarona”, en la Maragatería, son buena muestra de ello. Y más adelante, en el llamado “Camino de Invierno”, en Quiroga de Galicia, el túnel de Montefurado demuestra que el mismo Sil que se acuna en Ponferrada fue desviado allí mismo por idéntico motivo: el oro.   El historiador Lucio Anneo Floro concluye así su relato: “Ordenó Augusto que se explotara de inmediato el suelo. Así, trabajando penosamente bajo tierra, comenzaron los astures a conocer sus propios recursos y riquezas y buscarlos para otros”

Pero… ¿tanto oro había en Las Médulas? Si, buena parte del oro de Roma,  mucho más que en los yacimientos de la Dacia. Los expertos han fijado, contando con el enorme cráter central y el declive hasta el lago Somido, que se removieron ¡doscientos millones de metros cúbicos de montaña! Y todo ello durante doscientos años de trabajo contínuo. La Médulas llegaron a aportar casi un diez por ciento de los ingresos anuales del erario romano, los cuales en tiempos de Vespasiano se estimaban mil doscientos millones de sestercios (según datos de David Gustavo López en su magnífico trabajo “Las Médulas”, de Edilesa)

Y… ¿dónde estaba exactamente el oro? Fácil, en las entrañas de las montañas. Ah, claro, pero… ¿cómo conseguirlo? Pues más fácil aún, derribando las montañas, la Ruina Montium. Un ingenioso – y terrible- procedimiento lo hacia posible: la arrugia. Simplificando: hacia falta, eso si, unos cuantos miles de seres humanos trabajando permanentemente. Ellos debían cavar día y noche, sin ver jamás el sol, grandes galerías y túneles en el interior de la montaña. Luego, desde el Teleno, desde los Montes Aquilianos, desde La Cabrera, por kilómetros y kilómetros de canales tallados en las rocas, traían el agua hasta enormes depósitos en las propias Médulas. Esa agua entraba en las galerías a presión y, en un momento dado, la montaña horadada se derrumbaba con estrépito horrible. Se recogían los lodos, se limpiaba y filtraba y allí aparecía el oro. Oro mezclado con la sangre de seres humanos reducidos a la más espantosa esclavitud. Cayo Plinio Segundo entra en detalle: “Por largos espacios cavan cuevas en los montes a la luz de los candiles, y ellas mismas son la medida de las vigilias pues durante muchos meses no se ve la luz del día. Súbitamente se hunden las galerías y cubren a los trabajadores dejándolos allí sepultados.”

Realmente lo que se ve hoy de Las Médulas es un monumento al fracaso: es exactamente lo que Roma no pudo derribar,  todavía con kilómetros de galerías y cuevas intactas. Si indescriptible fue el trabajo en el centro de la explotación (las propias Médulas) no menos espectacular, rayando lo increíble, fue la apertura de los canales, muchos aún hoy a la vista y transitables no sin cierto riesgo y espíritu de aventura. Cientos y cientos de kilómetros para bajar el agua de las montañas (alguna tan lejana como el Teleno) Plinio, que estuvo allí, nos sigue contando: “hay que traer los ríos desde la cresta de los montes… a veces por cientos de millas… se demuelen rocas infranqueables y se hacen asientos para los canales… aquel que las pica está colgado de sogas de suerte que el que los ve de lejos piensa se trate de alguna feroz clase de ave”

Uno de los infelices que dejó su empeño, y tal vez su vida, dejó una inscripción en un canal del prado de Fuello, en el Valle Airoso: “flaci interciso seuroru susicus” (cortado por Flaco, de la tribu de los Suros) ¿Las pirámides de Gizeh, Carnac, Machu Pichu? No vayas tan lejos, amigo, en tu propio Camino encontrarás una obra humana a su altura. Las supera, eso sí, en exhibición de codicia, brutalidad, explotación descarnada del hombre por el hombre sin concesión alguna a la piedad

El Camino soñado. Seis de oros

Y, pegado a Las Médulas, el extraño lago Carucedo. Se formó precisamente por los lodos y arenas procedentes de los desagües de las minas. Aquí las leyendas leonesas sitúan la mítica ciudad de Lucerna y a la bellísima ondina Carissia que, despreciada por el conquistador romano Tito Carissio, lloró hasta tal punto su pena que las lágrimas inundaron la ciudad sumergiendola y dando  origen al lago. Benditas sean las viejas leyendas que hacen más llevadera la dureza de la historia. Y sobre Carucedo, colgado sobre horroroso precipicio, está Cornatel. Y en Cornatel, justo sobre el abismo, hay una rampa. La gente de la comarca todavía se santigua al nombrarla. Y es que se susurra (pobres templarios) que los freires guerreros colocaban allí a sus prisioneros hasta que se despeñaban roquedo abajo. ¡Ah los templarios, no hay piedad con los perdedores! Por cierto, ¿qué hacían los templarios en Cornatel si ya tenían su Fort Apache en Ponferrada? El rumor antiguo consignaba que durante mucho tiempo continuaron explotando secretamente las minas. Enrique Gil y Carrasco sitúa en Cornatel las escenas más rotundas de su El Señor de Bembibre.

Así pues, la antesala del Walhalla ocultaba enormes tesoros. Allí fueron todos, místicos, templarios, los mayores ejércitos de la antigüedad, se construyeron pirámides… la mirada de los que conocen siempre estuvo allí. Extraño Camino el tuyo, peregrino jacobeo, persiguiendo el sol hasta su ocaso mientras tus pasos te llevan por una senda de muerte, pero el Camino de Santiago jamás ha sido un Camino de rosas y aquí no ha habido Indiana Jones que valga. Pero vuela solo, compañero, no hacen falta gurús más que a los pobres de espíritu y todo son avisos para el que quiera ver. Y el que es capaz de volverse a lo más profundo de si mismo, y aguantarla mirada a cara de perro, es capaz de afrontar gozoso su propio renacimiento. Las flechas amarillas indican hacia donde va tu Camino. Pero no  marcan tu albedrío. ¿Cuánto de tu propio oro vale un anochecer, a solas contigo mismo, en la laguna Cernea o en la Ruina Montium?

Sólo una nota más. Santuario de la Quinta Angustia (Cacabelos), al pie mismo del Camino, un cuadro a la entrada de la sacristía y una partida de cartas: protagonistas, un frailuco y el mismísimo Niño Jesús. El fraile ofrece un cuatro de copas. No pasa nada, el Niño Jesús le devuelve un seis de oros.

ALGUNOS APUNTES PARA BUSCADORES DE ORO

Todos los lugares citados son accesibles a golpe de coche primero y zapato liviano después. La marcha por el Valle del Silencio si es punto y muy aparte, comprende un gran recorrido por si solo, pródigo en sensaciones y satisfacciones que no incluiremos aquí, merece tratamiento único. Sólo decir que, si eres suficientemente aguerrido, puedes acceder a él desde el Camino, tirando por una carreteruca imposible que se despeña desde El Acebo hasta Compludo. No detallo el itinerario a las Médulas por ser sobradamente conocido, y por la misma razón el de Montefurado. Los itinerarios hacia y por los canales de agua a Las Médulas merecen capítulo aparte, fundamentalmente los que llegan desde La Cabrera-

Laguna Cernea. Algo fuera de este mundo en noches de luna llena. En Santa Colomba de Somoza pregunta por el restaurante Casa Pepa, al final de la calle donde se encuentra una antigua botica y, desde allí continua por un encinar (cerca hay unas excavaciones con restos púnicos) Al cabo de un kilómetro y medio un giro a la izquierda y estás encima de la laguna.  La laguna Cernea se formó como  una gran stagna, embalse o depósito que surtía de agua a todas las explotaciones auríferas de la comarca. Si sigues con ánimos, en lugar de desviarte a la izquierda puedes tirar de frente y llegar en un par de kilómetros al cruce para Rabanal Viejo y acceder así a la Fucarona.

Mina La Fucarona.  En pleno Camino de Santiago, desde el Ganso a Rabanal, atraviesas el Puente Pañote sobre el arroyo Reguerinas, tres kilómetros antes de Rabanal del Camino. A la derecha sale el cruce a Rabanal Viejo. A un kilómetro te encuentras ya con La Fucarona. Allí se pueden ver las grandes albercas para el arrastre de las aguas.

From Jakobsland, envuelta en mil nieblas, José A. de la Riera.

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