Subido al arca de las ofrendas, las palabras del sacerdote retumbaban en la vieja catedral:
¡ Be tom a trom, Sangiana! ¡ Atrom de labro!.
Los peregrinos, aturdidos por la magnitud de la catedral, por la solemnidad del culto, por el encuentro con su Apóstol, acudían sumisos y expectantes. Las extrañas palabras del sacerdote tal vez fueran una síntesis de todas las voces de Europa, presentes en el templo en aquel amanecer medieval. O las primeras palabras comunes, balbuceantes, de una Europa que se reencontraba en el Camino. Nada de particular en un Camino y en una catedral, que tenían perfectamente asumidos todas las lenguas, todos los signos. El peregrino había pasado (y pasa) ante confesionarios que se lo dejan muy claro: “Pro lingua gálica ete germánica”, “Pro lingua itálica”… de todas formas el peregrino venía curtido, al alba fría de los hospitales también había escuchado otras extrañas palabras, palabras de ánimo, de coraje, de reunión: ¡ Ultreia! ¡ Ultreia e sus eia!. Había escuchado coros enteros de peregrinos germánicos que entonaban aquel extraño canto, “Dum Paterfamilias”, dónde repetían aquella extraña invocación: ¡ Adelante ! ¡ Adelante y hacia arriba ! Gritos de ánimo, hacía falta valor, empuje, fe, ilusión… el pobre peregrino que había salido desde la profundidad de las selvas germánicas, tal vez poniéndose furtivamente de noche en Camino con un pequeño hatillo, abandonando la casa de sus padres para juntarse con sus compañeros a la salida de su aldea, necesitaba esos ánimos. Y, al igual que entre las filas de los cruzados, una multitud de desarrapados, llenos de fe, recorrían los caminos de Europa repitiendo unas consignas, unos gritos, unas señales, que les llevaban hasta los confines del mundo conocido.
Signos y señales. Al peregrino le esperaban por todas partes, las encontraba continuamente en su Camino. En los brumosos acantilados atlánticos, en las peñas de los montes célticos del fin del mundo, en los bosques cubiertos de líquenes milenarios, allá en la remota Galicia, un extraño y desconocido pueblo había dejado grabados unos raros signos: los petroglifos. Laberintos indescifrables, rarísimas espirales, esvásticas, cómo en un vértigo, por miles y miles, la antigua Gallaecia aparecía cubierta de señales, advertencias, llamadas… nadie, absolutamente nadie, sabe su significado, nadie los ha descifrado. Pero, tres o cuatro mil años antes de la era cristiana, aquel extraño pueblo había grabado por miles y miles, aquellas figuras en sus rocas. De pronto, miles de años después, cuando se produce el milagro del románico, una peculiar cofradía, los maestros canteiros, reproducen milimétricamente aquellos extraños signos en las iglesias románicas, en los palacios, en los castillos, en la arquitectura civil (palacio de Xelmírez) Todo el Camino de Santiago reproduce los singulares petroglifos gallegos. Ciertamente, parece un vértigo. Y, no solamente eso, el peculiar cementerio de Santa María Nova, en Noia, al final del final del Camino, llena sus laudas de los mismos signos. Multitud de estudiosos han intentado comprenderlos: jerga de gremio, esoterismo medieval, el templo de Salomón renacido, “Maestro Jacques”, templarios infiltrados, revival de compases, aquelarre de escuadras, origen de masones, sensacional “totum revolutum”…
En paralelo, los canecillos de las iglesias románicas se llenan de burla, de ironía, incluso de inaudita crueldad, no hay “kamasutra” que los iguale, algunos canecillos producirían rubor al mismísimo Marqués de Sade. Monstruos, quimeras, monos… saludan el paso del peregrino mientras se aplican en desaforadas orgías. Todo son advertencias, todo son señales, no hay nada, absolutamente nada, que pueda dejar indiferentes a los peregrinos del Apóstol, el mundo medieval no les permitía alejarse de sus humildes aldeas, de sus villorrios pobres, embarrados, una vida monótona, marcada por las cosechas, por el rezo del Ángelus, por el paso monótono de las estaciones, por su vida y por su muerte presididas por el toque acompasado de las campanas que regían todo su devenir: “Laudo verum, plebem voco, congrego clerum, defuntos ploro, nimbum fugo, festa decoro” Desde los capiteles también se le avisa, se le indica, se le señala, se le advierte… en Jaca, en San Juan de la Peña, en Frómista, en Portomarin, en todas partes, los “maestros”, los “compañeros”, dejan sus signos de conocimiento… y de reconocimiento. Singulares iglesias octogonales, “entre campos”, desde donde atentos vigías guardan los pasos de los jacobeos, mientras los bafomets saludan sus pasos en las fortalezas del Temple.
Abrumado, el peregrino anda sobre su sombra, al alba la persigue, atardece y la deja atrás, siempre adelante, siempre a occidente, un paso, otro paso, mil pasos, ¡ultreia, ultreia!, , miles de pasos. Por veces, en el infierno castellano de los Campos Góticos, el calor le echa en los brazos de Aldebarán, Orión, Sirio, Las Pléyades… Vía Láctea. “Pietatis causa, devotionis afecta, votis causa” Parece imposible, pero si, es la misma codorniz la que acompaña su soledad desde Hontanas por Castrogeríz y Mostelares hasta las puertas de Frómista. “Pietatis causa…”
¿Yo no canto mi canción sino a quién conmigo va? Indudable, el peregrino avanza en una burbuja que le aísla del mundo, por el trillo, por las vías romanas, por las corredoiras, por las congostras… las señales, las advertencias, los avisos, le van introduciendo en una senda, que sólo ahora, comprende que es distinta. Y además está cercada, habitada, por los más extraños pueblos de Europa: agotes (los “crestias”) en los Pirineos, maragatos, pasiegos y vaqueiros en el Camino del Norte, incomprensibles jergas por todas partes: El “bron” de los caldereros de Miranda – cerca, muy cerca del Camino Primitivo, ¡ ah, el caldero de Lug, el totem céltico por excelencia!- el barallete de los afiladores, el oculto “verbo das arginas” o “latín dos canteiros”, ¡ siempre los canteiros!, trasladado año tras año, siglo tras siglo, de maestro a aprendiz, guardado sigilosamente por los mismos autores de los signos que el peregrino ha visto a lo largo de su Camino. El peregrino suele ignorar que en algunas viejas tabernas de Caldas de Reís, al calor del invierno, algunas extrañas frases sólo susurradas que pueden llegar hasta él, no son otra cosa que el idioma oculto que han conservado, a través de los siglos, los viejos canteiros. No se debe, no se puede, divulgar el “verbo das arginas”, exactamente igual que no se debe cruzar impunemente el Lethes, el río del olvido. Pero espero que me perdonen en Galicia, al fin y al cabo ya ha sido publicado en algún otro sitio (Sánchez Dragó, “Historia Mágica de España”). Esta es la biblia, el Padrenuestro de los antiguos maestros canteiros, trasmitido por generaciones al pie del Camino de los peregrinos:
“ Morrón: pra cubicar muriar xidavante/ da arina, seres interbar o verbo das arginas/ xejorrumeando explicas es deeglase/ dedellastadaria e seras enenvestar moxe sido/ Cando anisques solote polo deundo a/ murriear como artina, , xera jalrruar toi com- / pinches, o nobis verbo si xeter te or-/meando aprecio, os do gichoficienes e nen-/de te xerian perreamente os lapingos/ e buxos. // Xilón, nexo agiote; xilón, nexo chumar; / xilón, neso esqueirar; xilón, xido cabancar; / xilón, xido entileger; xilón, xido vay, xilón / xido murriar.
¿Traducción?:
– “Muchacho, para aprender bien el oficio de cantero necesitas saber el idioma en el que se explican las leyes de la talla de la piedra. Cuando salgas solo por el mundo a trabajar como cantero hablarás con tus camaradas de oficio nuestra lengua, si es que quieres que te estimen y no te traten mal los señores y los maestros. Hombre: no serás ladrón. Hombre: no serás bebedor. Hombre: no serás embustero. Hombre: serás caritativo. Hombre: serás instruido. Hombre: serás veraz. Hombre: serás trabajador.”
Pido perdón por cruzar el Lethes, pero tal vez sea hora de desentrañar las antiguas claves, el viejo idioma de los constructores de las catedrales, de los “compañeros”, de los maestros. El peregrino, ave de paso, tal vez es el único capaz de interpretar, de aceptar y de entender las claves. Al fin y al cabo, a él estaban dirigidas.
Signos, señales, lenguaje, intuiciones. El gran poeta gallego Alvaro Cunqueiro se enteró de un milagro en Triacastela: a principios de siglo, un peregrino con harapos de mendigo se sienta ante el fuego entre los aldeanos. De pronto, el peregrino se pone a recitar en francés. ¿El milagro? Todos le entienden. Era otro famoso poeta, Germán Noveau, que peregrinaba desde la Provenza pidiendo limosna. El Camino tiene fama de provocar el “don de lenguas”. Cunqueiro, enterado del caso, saltó a Triacastela para averiguar en qué casa había recitado sus poemas el francés, décadas atrás, pero ya nadie recordaba nada, un manto de silencio envolvía el Camino de Santiago. No obstante Triacastela tampoco se había olvidado de los signos, la antigua cárcel de peregrinos (hoy en día convertida en “cuadra” particular) estaba llena de gallos en sus paredes, el símbolo francés de la libertad.
¿Signos, señales, lenguaje, intuiciones? ¿Hoy en día? Están ahí, cómo siempre. Las propias flechas amarillas, un amanecer en Estella, el ocaso en Finisterrae, están junto al Pindo, están en el Facho, junto al túmulo de Orcavella, en San Miguel de la Escalada, en Las Médulas, en todo el Valle del Silencio, en Suso (dónde los signos los marca el mismísimo diablo), están en el peregrino que camina junto a ti, siguen en Noia, se enredan en la Cruz de Ferro, cabalgan sobre las campanas de O Cebreiro (¡ Laudo Verum!), se enredan en el amarillo de las retamas, a la vera del Camino, están en un bordón abandonado en el kilómetro cien… ¿cómo los buscas?, ¿cómo los encuentras?, ¿cómo los traduces?… Camina amigo. Abre tus ojos y camina. Sólo el que camina tiene derecho a los milagros. Y a los encuentros.
Desde Galicia, José Antonio de la Riera.

Maravilloso retablo que resuena en lo más recóndito del alma de los que un día caminamos, sin saber por qué ni para qué, pero sin descanso hasta más allá, más lejos, más arriba. Mil gracias, maestro; que los signos siempre te lleven a tu gloria, a tu Walhala…
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