La Muerte Negra, la peste, desertizó Europa (y el mundo) entre 1347 y 1353. El cuarenta por ciento de la población europea desapareció, más de veinticinco millones de personas. Una catástrofe de carácter apocalíptico que señaló, además, la crisis del sistema feudal. El desastre llegó, como es habitual, desde Asia. Los ejércitos mongoles que cercaban la ciudad de Caffa, en Crimea, en poder de los genoveses, llegaron a lanzarles cadáveres de apestados desde sus catapultas. Un barco genovés huyó a Messina y la peste entró en Europa. Y con ella la muerte, en una partida con las cartas ya marcadas. Y, de su mano, y como es habitual, determinados poderes agigantaron su puño opresor aprovechando el desastre colectivo aumentando, si cabe, el terror de las pobres gentes. La Iglesia, como siempre acostumbró y jugando con los miedos colectivos, ocupó en esa partida el espacio protagonista
Hoy, desprovista (por sus propios méritos y habiéndolo ganado a pulso) de casi toda influencia y con la juventud habiendo desertado con desprecio de los templos, son otras fuerzas las que hacen de agoreras, también con puño de acero. Y con las mismas intenciones: poder y dirigismo. No hay más que acercarse a cierta prensa. El gran Ingmar Bergman lo señaló en una verdadera obra de arte, El Séptimo Sello. Y al final, lo que queda, es lo de siempre: el frágil, abatido y por casi todos golpeado ser humano despojado de casi todo. Fundamentalmente de su dignidad, no hay peor muerte que la indigna. Lo que ocurre es que el hombre siempre renace, en un cántico colectivo de esperanza. Tal vez por eso, a esa tiniebla medieval sucedió algo maravilloso, le llamaron (y le llamamos) Renacimiento. Y de toda catástrofe surge ese carácter inmortal del ser humano, su enorme fuerza donde aparece siempre lo mejor de sí mismo en búsqueda permanente de la luz, a veces cegadora, del conocimiento, la perfección, la solidaridad y la espiritualidad, espiritualidad, sí, la contraposición exacta a eso que llaman «religión», cualquiera que esta sea. Renacer, sí, cuando ya nada puede volver a ser lo mismo, esa es la cuestión. Y ahí no puede haber miedos, rechazadlos, no los aceptéis si queremos ser mejores.
From Jakobsland, José A. de la Riera.
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Mil gracias José A. Certero, como siempre…
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