
¿Historias del Camino? Pues vale, ahí va una.El Camino es normalmente fuente continua de alegrías aunque no es precisamente un camino de rosas. Exige esfuerzo, determinación, ilusión desmedida. Pero para nuestros antecesores en la ruta muchas veces el Camino fue un auténtico purgatorio, cuando no antesala del mismísimo infierno. Todo tipo de enfermedades acechando, falta absoluta de higiene, hambre canina, asaltados en bosques y páramos, abandonados e incomprendidos en país extraño, pagando todo tipo de portazgos, padeciendo abusos al por mayor por parte de nobles arriscados, hosteleros despiadados… a partir del siglo XVI insultados y vejados por los hugonotes que se burlaban a su paso… para muchos, muchísimos, el Camino nunca significó más que un Camino de ida (los que conseguían llegar). Lo viejos hospitales y cementerios del Camino nos hablan de esa dureza. Y eso en cualquier ruta jacobea, no solo en el Camino Francés.
Yo lo tengo cerca, un vistazo a los libros parroquiales del Hospital de Tui o de los Hospitales del Sancti Spiritus o La Magdalena (en Vigo) es como acercarse a una crónica de sucesos (y estamos hablando de unos de los Caminos mal llamados secundarios, el Camino Portugués):9-7-1749 «… Fue nuestro Señor servido de llevarse a Pedro Pon… peregrino… que venía de Roma y Santiago de Galicia… sepultose en el claustro»23-11-1741 «… Fue nuestro Señor srvido de llevar para sí a Phelipe Alemán, peregrino, sepultose en el claustro»2-11-1764 «… llevó Nuestro Señor para sí a Cathalina Francisca, peregrina, de nación flamenca, dióssele sepultura en el claustro»16-9-1767 «…. falleció de esta presente vida Joseph de Andrea, natural de Génova, el cual venía en peregrinación del Santo Apóstol” Es una levísima muestra (datos archivo de la catedral de Tui, proporcionados por Ernesto Iglesias Almeida) pero significativa: enfermedad, sufrimiento, miseria y muerte en el Camino.
Durísima peregrinación en toda época. Pero dentro de esa dureza hay casos que claman al cielo, donde la desdicha parece difícilmente superable.La historia se desarrolla en el frío invierno castellano. Dos peregrinos italianos avanzan hacia Villaveta, está anocheciendo y apresuran su paso.
Extraño Camino el suyo, van en zig-zag pero tienen sus motivos, particularmente Antonio Rous, que acaricia en su morral la abjuración del calvinismo que había hecho ante Antonio Podestá, obispo de Saluzzo. Le acompaña un colega, Mateo Rochette, y ambos se mueven con sigilo, son conversos en un país de cristianos viejos.Temblando, en medio de la noche, se presentan al alcalde, José García, para pedir por caridad un alojamiento. El alcalde llama a un vecino de acreditada rectitud, Rafael Arenas.
El buen hombre los acoge con espíritu cristiano y después de cenar, charlar y rezar todos con devoción el rosario, les ofrece unas camas en su casa. Los peregrinos se niegan cortésmente, alegan que viajan en penitencia y que a ellos les vale un pajar o el duro suelo. Insiste repetidamente Arenas, la noche es inclemente, pero ello no aceptan así qué, tomando Rafael un candil los conduce a un pajar cercano a la casa.Llegados al pajar con mucha dificultad, pues el candil era continuamente apagado por el fuerte viento, con un palo largo que llevaban los peregrinos (el bordón), Rafael Arenas echó al suelo un poco de paja del inmenso montón que había en el pajar para que les sirviera a modo de cama mullida a los peregrinos.De las diligencias posteriores, Autos del Archivo Municipal de Burgos: «Que (Arenas) los mandó tender en el suelo para cubrirlos que no se enfriasen y le dijeron que ellos lo harían y que se fuese a recoger a su casa. Que a la mañana siguiente irían a despedirse de él y dar las gracias.Que a esto les contestó que cuando fuesen a su casa ya les tendría dispuesto el desayuno, cerró la puerta (para su seguridad) y echó la llave»
A las siete de la mañana del día siguiente Arenas fue a abrir la puerta del pajar y notó que se había caido una gran cantidad de paja tapando la puerta, y que no veía a los peregrinos aunque debían estar allí. Comenzó a llamarles a grandes voces, pero no respondían. Alarmado, Rafel dio en afligirse y proferir gemidos acudiendo todos los vecinos. Con horcas y aperos comenzaron a apartar la paja. Y allí estaban, sin vida, los dos peregrinos, el intenso frío les había llevado a intentar cubrirse con más paja pereciendo asfixiados. El desdichado acontecimiento fue magníficamente estudiado por Beatriz Manrique (de donde se extraen estos datos). El Auto de Oficio es riguroso y ejemplar, se nombra un Promotor Fiscal entre los vecinos, por si hay culpa y se le pone un defensor al pobre Arenas, se declaran accidentales las muertes y se insta a Arenas a que ponga más celo respecto al local en que aloje a otros peregrinos (no creo que le quedaran ganas).
En estos tiempos de «goretex» y demás artilugios mochileros, tal vez os interese saber que es los que llevaban consigo los peregrinos en pleno siglo XIX. Los pobres bienes de Antonio Rous y Mateo Rochette fueron sacados a pública subasta. Esto es lo que portaban:dos morrales de badana, dos peines de madera, dos estampas pintadas de la Pasión, dos carteras, una navaja, dos estampas de la Virgen de Uxe, dos gorros negros, dos pañuelos, una bota de vino cabida de azumbre, dos pares de botas de badana, dos cucharas de madera, un rosario, un poco de papel suelto, dos capotes de paño azul, un par de calzones de paño azul y otro par de estameña, una casaca morada, otra de paño buriel, un chaleco azul, otro chaleco rojo, un sombrero de copa alta, otro sombrero.
Llevaban también la carta del obispo, Antonio Podestá, con los terribles términos de la «abjuratio»: «…. Dilectum nobis in Christo, Salutem in Domino Antonium Rous Filium Domini Claudii… anno 46 habentem, inter Calvinianos sectarios hucusque semper versatum, in quea maledicta haeresi educatum…» Una triste historia. Beatriz Manrique destaca la enorme calidad moral de cuantos tuvieron participación en todo el suceso, incluyendo el digno entierro que sufragó toda la pobre aldea. ¿Así era el Camino de Santiago? Si, para la mayoría así era… todo menos “un Camino de rosas”.
Desde Galicia, abrazos, José Antonio de la Riera.